Por: Nick
Turse
Parecía una escena sacada de una película de Hollywood. En plena oscuridad, hombres con equipo completo de combate, con armas automáticas y gafas de visión nocturna, agarraron un grueso cable colgado de un helicóptero Chinook MH-47. Luego, rápidamente, uno a uno se deslizaron sobre un barco. Después, “Mike” un SEAL de la Armada que no dio su apellido, alardeó ante un sargento de asuntos públicos del ejército de que mientras realizaban su juego, los SEALs podrían bajar 15 hombres a un barco en 30 segundos o menos.
Fuente:
http://www.tomdispatch.com/post/175557/tomgram%3A_nick_turse%2C_the_changing_face_of_empire/#more
Parecía una escena sacada de una película de Hollywood. En plena oscuridad, hombres con equipo completo de combate, con armas automáticas y gafas de visión nocturna, agarraron un grueso cable colgado de un helicóptero Chinook MH-47. Luego, rápidamente, uno a uno se deslizaron sobre un barco. Después, “Mike” un SEAL de la Armada que no dio su apellido, alardeó ante un sargento de asuntos públicos del ejército de que mientras realizaban su juego, los SEALs podrían bajar 15 hombres a un barco en 30 segundos o menos.
Una vez que estuvieron en la cubierta de popa los
soldados se dividieron en escuadrones y revisaron el barco mientras se
balanceaba en Puerto Jinhae, Corea del Sur. Bajo cubierta y en el puente, los
comandos ubicaron a varios hombres y los amenazaron con sus armas, pero nadie
disparó un tiro. Era, después de todo, un ejercicio de entrenamiento.
Todos esos allanadores de barcos eran SEALs, pero no
todos eran estadounidenses. Algunos eran del Grupo de Guerra Especial 1 de
Coronado, California; otros de la Brigada Naval Especial de Corea del Sur. El
ejercicio formaba parte de Foal Eagle 102, un ejercicio multinacional de
servicios conjuntos. También era el modelo -y una pequeña muestra- de un
publicitado “pivote” militar estadounidense del Gran Medio Oriente a Asia, una
acción que incluye el envío de un contingente inicial de 250 marines a Darwin,
Australia, la ubicación de barcos de combate litoral en Singapur, el
fortalecimiento de vínculos militares con Vietnam e India, la realización de
juegos de guerra en las Filipinas (así como un ataque de drones en ese país) y
la transferencia de la mayoría de los barcos de la Armada hacia el Pacífico
antes de finales de la década.
Ese modesto ejercicio de entrenamiento también reflejó
otro tipo de pivote. La cara de la guerra al estilo estadounidense vuelve a
cambiar. Olvidad las invasiones a gran escala y ocupaciones de amplia base en
el continente eurasiático; en vez de eso hay que pensar en fuerzas de
operaciones especiales que actúan independientemente pero que también entrenan
o combaten junto a militares aliados (si no son directamente ejércitos
testaferros) en puntos álgidos de todo el mundo. Y junto a esos consejeros,
entrenadores y comandos de fuerzas especiales hay que esperar que cada vez más
fondos y esfuerzan fluyan hacia la militarización del espionaje y la
inteligencia, el uso de aviones no tripulados, drones, el lanzamiento de
ataques cibernéticos y operaciones conjuntas del Pentágono con organismos
gubernamentales “civiles” cada vez más militarizados.
Gran parte de esto se ha mencionado en los medios, pero
ha escapado a la atención de qué forma todo esto se combina en lo que podría
denominarse la nueva cara global del imperio. Y sin embargo, esto no representa
nada que no sea una nueva doctrina Obama, un programa de seis puntos para la
guerra del Siglo XXI, al estilo estadounidense, que el gobierno desarrolla y
afina cuidadosamente. Su alcance global ya es imponente, aunque poco
reconocido. al igual que las operaciones militares "ligeras" de
Donald Rumsfeld y las operaciones de contrainsurgencia de David Petraeus,
tendrá evidentemente su apogeo, y como ellas indudablemente desaparecerá de
maneras que sorprenderán a sus creadores.
La operación militar confusa
Durante muchos años, los militares estadounidenses han
elogiado y promovido el concepto de la “operación militar conjunta”. Un
helicóptero del ejército que descarga SEALs de la Armada en un barco coreano
resume gran parte de estos principios al nivel táctico. Pero el futuro, parece,
nos reserva algo diferente. Hay que pensar en ello como “operación militar
confusa”, una especie de versión organizativa de la guerra en la cual un
Pentágono dominante fusiona sus fuerzas con otras agencias gubernamentales
-especialmente la CIA, el Departamento de Estado y la DEA (Administración de
Cumplimiento de Leyes sobre las Drogas)– en complejas misiones combinadas en
todo el globo.
En 2001, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld
inició su “revolución en asuntos militares” orientando al Pentágono hacia un
modelo militar ligero de fuerzas ágiles de alta tecnología. El concepto terminó
tristemente en ciudades iraquíes asediadas. Una década después los últimos
vestigios de sus numerosas fallas siguieron apareciendo en una guerra estancada
en Afganistán contra una insurgencia minoritaria variopinta que no se puede
derrotar. Desde entonces dos secretarios de Defensa y un nuevo presidente han
dirigido otra transformación orientada a evitar ruinosas guerras terrestres en
gran escala en las cuales EE.UU. ha mostrado consistentemente que no puede
vencer.
Bajo el presidente Obama, EE.UU. ha expandido o lanzado
numerosas campañas militares, la mayoría utilizando una mezcla de los seis
elementos de la guerra estadounidense del Siglo XXI. Tomemos la guerra
estadounidense en Pakistán, un ejemplo de lo que podría llamarse ahora fórmula
Obama, si no doctrina. Comenzando como una campaña de asesinato por drones
altamente circunscrita respaldada por incursiones limitadas de comandos a
través de la frontera bajo el gobierno de Bush, las operaciones en Pakistán se
han expandido a algo cercano a una guerra aérea robótica en gran escala,
complementada por ataques de helicópteros a través de la frontera “equipos de
asesinato” de fuerzas testaferras afganas financiadas por la CIA, así como misiones
en el terreno de operaciones de fuerzas especiales de elite, incluida la
incursión de los SEALs que mataron a Osama bin Laden.
La CIA ha realizado también misiones clandestinas de
inteligencia y vigilancia en Pakistán, aunque su rol, en el futuro, puede que
sea menos importante gracias al lento avance de las misiones del Pentágono. En
abril, de hecho, el secretario de Defensa Leon Panetta anunció la creación de
una nueva agencia de espionaje parecida a la CIA dentro del Pentágono llamada
Servicio Clandestino de Defensa. Según Washington Post , su objetivo es
expandir “los esfuerzos de espionaje militar más allá de las zonas de guerra”.
Durante la última década, la noción misma de zonas de
guerra se ha confundido remarcablemente, reflejando la confusión de las
misiones y actividades de la CIA y del Pentágono. Analizando la nueva agencia,
y la “tendencia más amplia de convergencia” entre las misiones del Departamento
de Defensa y de la CIA, el Post señaló que la “confusión también se evidencia
en los rangos más altos de las organizaciones. Panetta sirvió previamente como
director de la CIA, y ese puesto está ocupado actualmente por el general de
cuatro estrellas retirado David H. Petraeus”.
Para no ser menos, el año pasado el Departamento de
Estado, que solía ser la sede de la diplomacia, continuó su larga marcha hacia
la militarización (y la marginación) cuando acordó combinar parte de sus
recursos con el Pentágono para crear el Fondo Global de Contingencia de la
Seguridad. Ese programa otorgará al Departamento de Defensa más influencia en
la afluencia de la ayuda de Washington a las fuerzas testaferras en sitios como
Yemen y el Cuerno de África.
Una cosa es segura: La guerra estadounidense (junto con
sus espías y sus diplomáticos) se orienta cada vez más profundamente hacia “las
sombras”. Hay que esperar aún más operaciones clandestinas cada vez en más
lugares y por supuesto con más potencial todavía para repercusiones en el
futuro.
Las operaciones en el “Continente Negro”
Un lugar que probablemente presenciará la llegada de
espías del Pentágono en los próximos años es África. Bajo el presidente Obama,
las operaciones en el continente se han acelerado mucho más allá de las
intervenciones de los años de Bush. La guerra del año pasado en Libia; una
campaña regional de drones con misiones desde aeropuertos y bases en Yibuti,
Etiopía, y Seychelles, la nación-archipiélago del Océano Índico; una flotilla
de 30 barcos en ese océano en apoyo de operaciones regionales; una campaña
múltiple militar y de la CIA contra milicianos en Somalia que incluye
operaciones de inteligencia, entrenamiento a agentes somalíes, prisiones
secretas, ataques de helicópteros e incursiones de comandos estadounidenses; un
masivo envío de dinero para operaciones de contraterrorismo en toda África
Oriental; una posible guerra aérea de estilo antiguo, realizada secretamente en
la región utilizando aviones tripulados; decenas de millones de dólares en
armas para mercenarios aliados y tropas africanas; y una fuerza expedicionaria
de operaciones especiales (reforzada por expertos del Departamento de Estado,
enviada para ayudar a capturar o matar al líder del Ejército de Resistencia del
Señor, Joseph Kony y sus altos comandantes, operando en Uganda, Sudán del Sur,
la República Democrática del Congo, y la República Centroafricana (donde
Fuerzas Especiales de EE.UU. tienen ahora una nueva base) solo describen muy
superficialmente la rápida expansión de los planes y actividades de Washington
en la región.
Aún menos conocidos son otros esfuerzos militares de
EE.UU. con el fin de entrenar fuerzas africanas para operaciones que ahora se
consideran necesarias para los intereses estadounidenses en el continente.
Incluyen, por ejemplo, una misión de la Fuerza de Marines Recon de la Special
Purpose Marine Air Ground Task Force 12 (SPMAGTF-12) para entrenar a soldados
de la Fuerza Popular de Defensa de Uganda, que suministra la mayoría de los
soldados de la Misión de la Unión Africana en Somalia.
A comienzos de año, los marines de SPMAGTF-12 también
entrenaron a soldados de la Fuerza Nacional de Defensa de Burundi, el segundo
contingente por su tamaño en Somalia; enviaron entrenadores a Yibuti (donde
EE.UU. ya mantiene una importante base en el Cuerno de África en Camp
Lemonier), y viajaron a Liberia donde se concentraron en la enseñanza de
técnicas de control de disturbios a los militares de Liberia como parte de un
esfuerzo dirigido por el Departamento de Estado para reconstruir esa fuerza.
EE.UU. también realiza entrenamiento de
contraterrorismo y equipa a militares en Argelia, Burkina Faso, Chad,
Mauritania, Níger y Túnez. Además, el Comando África de EE.UU. (Africom)
planifica 14 grandes ejercicios de entrenamiento en 2012, incluyendo operaciones
en Marruecos, Camerún, Gabón, Botsuana, Sudáfrica, Lesoto, Senegal y lo que
podría convertirse en el Pakistán de África, Nigeria.
Incluso esto, sin embargo, no abarca toda la dimensión
de las misiones de entrenamiento y asesoría de EE.UU. en África. Un ejemplo, no
incluido en la lista de Africom, fue la reunión organizada por EE.UU. esta
primavera de 11 naciones, incluyendo Costa de Marfil, Gambia, Liberia,
Mauritania y Sierra Leona para participar en un ejercicio de entrenamiento
marítimo bajo el nombre de código Saharan Express 2012.
De vuelta en el patio trasero
Desde su fundación, EE.UU. ha interferido
frecuentemente cerca de casa, ha tratado al Caribe como su lago privado y ha
intervenido a su gusto en toda Latinoamérica. Durante los años de Bush, con
algunas notables excepciones, el interés de Washington por el “patio trasero”
de EE.UU., perdió importancia en comparación con guerras más alejadas.
Recientemente, sin embargo, el gobierno de Obama ha estado incrementando sus
operaciones al sur de la frontera utilizando su nueva fórmula. Eso ha
significado misiones de drones del Pentágono en México para ayudar en la
batalla de ese país contra los cárteles de las drogas, mientras los agentes de
la CIA y agentes civiles del Departamento de Defensa fueron enviados a bases
militares mexicanas para participar en la guerra contra la droga de ese país.
En 2012, el Pentágono también reforzó sus operaciones
contra las drogas en Honduras. Trabajando desde la Base Mocorón y otros campos
remotos de ese país, los militares de EE.UU. apoyan las operaciones hondureñas
con los métodos que perfeccionó en Iraq y Afganistán. Además, las fuerzas de
EE.UU. han participado en operaciones conjuntas con tropas hondureñas como
parte de una misión de entrenamiento llamada Beyond the Horizon 2012; Los
Boinas Verdes también han estado ayudando a fuerzas de Operaciones Especiales
hondureñas en operaciones contra el contrabando de drogas y un Equipo de Apoyo
de Asesoría de la DEA, creado originalmente para afectar el comercio de amapolas
de opio en Afganistán, ha sumado sus fuerzas a las del Equipo de Reacción
Táctica de Honduras, la unidad de elite contra los narcóticos de ese país. Un
aspecto de esas operaciones fue reportado en las noticias recientemente cuando
agentes de la DEA, volando en un helicóptero estadounidense, estuvieron
involucrados en un ataque aéreo contra civiles en el que murieron dos hombres y
dos mujeres en la remota región de Costa de Mosquitos.
Menos visibles han sido las actividades de EE.UU. en
Guyana, donde Fuerzas de Operaciones Especiales han estado entrenando a
soldados locales en técnicas de ataque aéreo transportadas por helicóptero.”Es
la primera vez que hemos tenido este tipo de ejercicio con la participación de
Fuerzas de Operaciones Especiales de EE.UU. en una escala tan grande”, dijo a
comienzos de año el coronel Bruce Lovell de la Fuerza de Defensa de Guyana a un
funcionario de relaciones públicas estadounidense. “Nos da la posibilidad de
validarnos y ver dónde estamos, cuáles son nuestros defectos”.
Los militares de EE.UU. también se han mostrado activos
en otros sitios de Latinoamérica: finalizaron los ejercicios de entrenamiento
en Guatemala, auspiciaron misiones de “construcción de la cooperación” en la
República Dominicana, El Salvador, Perú y Panamá y llegaron a un acuerdo para
realizar 19 “actividades” con el ejército colombiano durante el próximo año,
incluyendo ejercicios militares conjuntos.
Todavía en medio de Medio Oriente
A pesar del final de las guerras de Iraq y Libia, de
una próxima reducción de fuerzas en Afganistán y de copiosos anuncios públicos
sobre su pivote de seguridad nacional hacia Asia, Washington no se está
retirando de ninguna manera del Gran Medio Oriente. Aparte de la continuación
de las operaciones en Afganistán, EE.UU. ha estado trabajando de modo
consistente en el entrenamiento de tropas aliadas, la construcción de bases
militares y en la organización de ventas y transferencias de armas a déspotas
en la región de Bahréin a Yemen.
En los hechos, Yemen, como su vecina Somalia al otro
lado del Golfo de Adén, se ha convertido en un laboratorio de las guerras de
Obama. Allí, EE.UU. está realizando su nuevo tipo especial de guerra con tropas
de “operaciones ocultas” como los SEALs y la Fuerza Delta del Ejército,
realizando indudablemente misiones de asesinato/captura, mientras fuerzas
“blancas” como los Boinas Verdes y los Rangers entrenan tropas indígenas y
aviones robóticos persiguen y matan a miembros de al Qaida y sus afiliados, posiblemente
con la ayuda de un contingente aún más secreto de aviones tripulados.
El Medio Oriente también se ha convertido en una
región-ejemplo algo improbable para otra faceta emergente de la doctrina Obama:
los esfuerzos de ciberguerra. En una alocución que mezcla las categorías, la
secretaria de Estado Hillary Clinton apareció en una reciente Conferencia de la
Industria de Operaciones Especiales en Florida, en la que destacó el entusiasmo
de su departamento por sumarse al nuevo modo de guerra estadounidense.
“Necesitamos Fuerzas de Operaciones Especiales que se sientan tan bien tomando
té con dirigentes tribales como al atacar un complejo terrorista”, dijo a la
multitud. “También necesitamos diplomáticos y expertos en desarrollo que estén
dispuestos a la tarea de ser vuestros socios”.
A continuación Clinton aprovechó la oportunidad para
destacar las actividades en línea de su organismo, orientadas a sitios web
utilizados por la filial de al Qaida en Yemen. Cuando aparecieron mensajes de
reclutamiento de al Qaida en estos últimos, dijo, “nuestro equipo llenó los
mismos sitios con versiones alteradas… que mostraron el coste que los ataques
de al Qaida han causado al pueblo yemení”. Además señaló que esa misión de
guerra de la información fue realizada por expertos en el Centro de
Comunicaciones Estratégicas de Contraterrorismo del Departamento de Estado con
ayuda, lo que no sorprende, de los militares y de la Comunidad de Inteligencia
de EE.UU.
Esos modestos esfuerzos en línea se suman a otros
métodos más potentes de ciberguerra empleados por el Pentágono y la CIA,
incluido el recientemente revelado programa “Juegos Olímpicos” de ataques
sofisticados, desarrollados y utilizados por la Agencia Nacional de Seguridad
(NSA) y la Unidad 8200, el equivalente israelí de la NSA, contra ordenadores de
las instalaciones de enriquecimiento de uranio en Irán. Como en el caso de
otras facetas del nuevo modo de guerra, esas actividades se iniciaron durante
el gobierno de Bush pero se han acelerado significativamente bajo el actual
presidente, quien se convirtió en el primer comandante en jefe estadounidense
que ordena continuos ataques cibernéticos organizados para incapacitar la
infraestructura de otro país.
De pequeños incendios a fuegos incontrolados
En todo el globo, desde América Central y del Sur a
África, Medio Oriente y Asia, el gobierno de Obama está desarrollando su
fórmula para un nuevo modo de guerra estadounidense. Al hacerlo, el Pentágono y
sus socios cada vez más militarizados se basan en todo, desde los preceptos
clásicos de guerra colonial a las últimas tecnologías.
EE.UU. es una potencia imperial castigada por más de 10
años de guerras fracasadas, de huella pesada. Cojea debido a una economía
debilitada y está inundada de cientos de miles de veteranos recientes –un
impresionante 45% de los soldados que combatieron en Afganistán e Iraq– que
sufren incapacidades relacionadas con el servicio y necesitarán cuidados cada
vez más costosos. No sorprende que la actual combinación de operaciones
especiales, drones, juegos de espías, soldados civiles, guerra cibernética, y
combatientes testaferros suene como un tipo más seguro, más sano, de actividad
bélica. A primera vista, podrá parecer una panacea de los males de seguridad
nacional de EE.UU. En realidad, puede ser todo lo contrario.
La nueva doctrina de huella ligera de Obama parece
lograr que la guerra parezca una opción cada vez más atractiva y aparentemente
fácil, un punto subrayado recientemente por el ex jefe del Estado Mayor
Conjunto, Peter Pace. “Me preocupa que la velocidad facilita demasiado el
empleo de la fuerza”, dijo Pace cuando lo consultaron sobre los recientes
esfuerzos para simplificar el despliegue de Fuerzas de Operaciones Especiales
en el extranjero”. “Me preocupa que la velocidad facilita demasiado que se
encuentre una respuesta fácil –vamos a golpearlos con operaciones especiales–
en lugar de encontrar una respuesta posiblemente más laboriosa para una mejor
solución a largo plazo”.
Como resultado, el nuevo modo de guerra estadounidense
representa un gran potencial de embrollos imprevistos y reacciones en serie. El
inicio o avivamiento de pequeños incencios en varios continentes podría
conducir a incendios incontrolados que se propagarían imprevisiblemente y que
pueden ser difíciles, si no imposibles, de extinguir.
Por su propia naturaleza, los pequeños enfrentamientos
militares tienden a aumentar de tamaño y las guerras tienden a extenderse más
allá de las fronteras. Por definición, la acción militar tiende a tener
consecuencias imprevistas. Para los que dudan, basta con que miren a 2001,
cuando en un solo día tres ataques de baja tecnología provocaron más de una
década de guerra que se ha propagado por todo el globo. La reacción a ese día
comenzó con una guerra en Afganistán que se extendió a Pakistán, se desvió
hacia Iraq, estalló en Somalia y Yemen, etc. Hoy los veteranos de esas
intervenciones tratan de repetir sus dudosos éxitos en sitios como México y
Honduras, la República Centroafricana y el Congo.
La historia demuestra que EE.UU. no tiene mucho éxito
cuando intenta ganar guerras, ya que no ha logrado una victoria en conflictos
importantes desde 1945. Intervenciones más pequeñas han sido una mezcla de
modestas victorias en sitios como Panamá y Granada y resultados ignominiosos en
el Líbano (en los años ochenta) y Somalia (en los noventa), por mencionar solo
algunos.
El problema es que cuesta decir en qué se convertirá
una intervención hasta que es demasiado tarde. Aunque siguieron caminos
diferentes, Vietnam, Afganistán, e Iraq comenzaron todas relativamente
pequeñas, antes de convertirse en grandes y desastrosas. La perspectiva de la
nueva doctrina de Obama parecer lejos de ser halagüeña a pesar de los informes
positivos de la prensa de Washington.
Lo que actualmente parece una fórmula de una proyección
fácil del poder que impulsará los intereses imperiales a bajo coste podría
convertirse pronto en un desastre absoluto que probablemente no será evidente
hasta que sea demasiado tarde.
Nick Turse es historiador, ensayista, periodista de
investigación, editor asociado de Tomdispatch.com y actualmente también
profesor en el Instituto Radcliffe de la Universidad de Harvard. Su libro más
reciente es: The Case for Withdrawal from Afghanistan (Verso Books). Tambien es
autor de The Complex: How the Military Invades Our Everyday Lives . Puede
seguirlo em Twitter @NickTurse, en Tumblr, y en Facebook. Su web es
NickTurse.com.
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