Con Chávez VENCEREMOS

lunes, 23 de julio de 2012

LOCOS, ENGAÑADOS Y SINVERGÜENZAS

POR: JUAN CARLOS MONEDERO
En la película Matrix, uno de los luchadores de la resistencia, Cypher, decide traicionar a sus compañeros y a sus propias ideas para entregarse en brazos del enemigo. La realidad le parece demasiado “real” y prefiere condenarse a la felicidad de la mentira que le otorga la Matriz. Cuando negocia su traición, y mientras disfruta en un caro restaurante de una comida falsa, afirma contemplando un trozo de carne pinchado en su tenedor: “Yo sé que este filete no existe. Sé que cuando me lo puse en mi boca, la Matrix le dice a mi cerebro que es jugoso y delicioso. Después de 9 años, ¿sabes lo que he aprendido? La ignorancia es felicidad”. Quiten el filete y pongan un traje, un vestido, un carro, joyas, adornos…
En 1553 Étienne de La Boétie escribía "La servidumbre voluntaria", un texto contra las monarquías absolutas y, en concreto, contra su capacidad de condenar a los pueblos a la sumisión. ¿Cómo los menos son capaces de someter a los más? En esas páginas, el joven abogado francés recordaba que “la primera razón de la servidumbre voluntaria es la costumbre”. ¿Y no es acaso a través de la educación –o de su ausencia- como lograron las oligarquías de América Latina frenar los procesos de cambio? Que siempre mandaran los mismos. Que hicieran del gobierno una suerte de latifundio regentado por cuatro familias que presentaban la gestión de lo público como una propiedad privada. ¿Cómo iba a gobernar el pueblo? Su argumento siempre fue el mismo: no se puede, si pudieras lo empeorarías, si no lo empeorases estropearías otras cosas. ¡Conténtate con lo que tienes! El mismo discurso repetido desde la Revolución Francesa. El poder reservado para los menos. ¿Gobernar el pueblo? ¡La revolución! Y purpurados que iban de la iglesia a la mesa de los ricos bendiciendo que las cosas no cambiaran.
En 2008, en la estación de metro Miranda, una señora de edad rompía un paquete de arroz y se lo lanzaba al entonces Ministro Samán gritando: “¡Quiero pagar el arroz más caro!”. Como un novio perplejo regado de granos blancos, el Ministro entendía la rabia de la señora del Este de Caracas. No en vano, los alimentos decomisados en los supermercados ladrones se vendían a precios populares en las puertas de los mismos establecimientos.
¿Quién quiere pagar las cosas más caras? Esa mujer, en el fondo, sabía lo que hacía. El problema no es que ella pagase más por los alimentos básicos. Tenía con qué hacerlo. El problema es que todo un pueblo cubriese de manera más fácil sus necesidades, porque, en la cadena de intereses, esa señora, al final, recibiría parte de la renta que pagarían los humildes. ¿Qué problema hay en pagar 10 cuando recibes un millón? Pero si las oligarquías dejaban de enriquecerse al pagar el pueblo un precio justo, esa señora dejaba de ser una privilegiada. Esa era su rabia. La misma que la de los que dieron el golpe en España en 1936, en Chile en 1973, en Venezuela en 2002. La rabia de los menos contra los más.
Esa rabia de las oligarquías contra los pobres ya está en la Iliada de Homero. Es sencilla de entender. Desde que el ser humano se hizo sedentario hay monarquías y aristocracias.
Pero ¿qué hay de la sumisión voluntaria de los pobres hacia aquellos que les empobrecen? ¿Cómo entender los obreros que han votado en España a la derecha? ¿Cómo explicar que un minero haya elegido a quien le expulsa de su trabajo? ¿Cómo dar cuenta del desahuciado que vota en Grecia por el que le ha robado su casa? ¿Cómo explicar que haya gente humilde o clases medias que pueden pensar en votar por Capriles en Venezuela?
En la crisis actual que sufre Europa hay dos salidas: que los ricos mantengan su bienestar sobre las espaldas de las mayorías o que las mayorías salgan a la calle a defender, como hace 100 años, sus derechos, con todo el dolor y el sufrimiento que esa pelea va a traer. Ayer se llamaba en América Latina “Consenso de Washington”. Ahora se llama en Europa, “dictados de la Troika”. Lo ejecuta la derecha. En España, el Partido Popular. Los amigos de Capriles.
Mirando las encuestas de Venezuela, es fácil entender que el presidente Chávez saque más de 20 puntos al candidato de la derecha. Sigue sin tener explicación lógica que haya un 25% de venezolanas y venezolanos dispuestos a votar por aquellos que quieren hacer en Venezuela lo que está llevando a España a la ruina. Servidumbre voluntaria. Pero no todos son iguales. Unos lo hacen por locos, otros por engañados. Los peores, por sinvergüenzas.
A los canallas hay que combatirlos. Quieren regresar al pasado para volver a hacer de Venezuela su hacienda. A los engañados hay que hablarles. Despacio. Sin enfado. Hasta dejarles claro qué país tenían hace 13 años y qué país tienen ahora. A los locos… Hay que dedicar más tiempo a los locos. A los que no se atreven a ser dueños de su propia vida. A los que prefieren la mentira a la realidad. A los que no oyeron que una revolución no es una tarea sencilla y no saben lo que signifícale esfuerzo de ganarla y el quebranto de perderla. A los locos hay que decirles lo que Don Quijote a Sancho Panza: “Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, por entre los sollozos e importunidades del pobre”. Para que se sumen a los verdaderos locos. Los que hacen real la utopía. Para que se sumen a los que siguen construyendo esperanza en América Latina ahora que Europa está entrando en una negra noche.


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